//Espejo Ladrillo Reflejo

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Series “Cielos”
Anchoita
Buenos Aires, Argentina
Pintura acrílica y pintura texturada sobre muro de concreto
24 x 27 m
19.6.25
Texto de Andrés Goldberg
Acompañamiento por Estudio Puente
Fotos de Muerta de Arte

El cielo a pedazos
La pintura cubre todo el muro. Pero la paleta es escueta, solo dos colores, azul y blanco. Un mínimo de recursos para darle vida a una de las formas más sencillas que el ojo puede reconocer: un gran cielo azul. Este se divide en tres partes: mientras que los paneles laterales están cubiertos de nubes, el del medio presenta un degradé, azul oscuro en lo alto hasta un celeste casi blanco en la base. Las nubes no son un mero detalle. Sin ellas, la imagen sería puramente abstracta, podría evocar un cielo, un océano o el color primario. Pero el gesto del artista es claro, nos puso delante un cielo que cubre la superficie inmensa y despojada de toda la medianera. Contemplarla en su inmensidad es fácil. Ubicada en el límite entre Chacarita y Villa Crespo, en la ciudad de Buenos Aires, ninguna construcción entorpece la vista.
Siguiendo esta descripción, parecería que la obra busca crear un espejismo que agiganta la presencia del cielo en medio de un paisaje urbano que tiende a verticalizarse y limitar su visión. Sin embargo, un elemento que parece secundario viene a entrecortar la ilusión. Las líneas de ladrillo realizadas con una pintura texturada recuerdan la materia que subyace, lo que está debajo y la pintura recubre. El muro emerge entre el azul que busca copar todo el plano. Emerge como líneas rectas que crean bloques de cielo, dividiendo la composición en pedazos.
¿Qué son estos pedazos de cielo? ¿Cómo interpretarlos? ¿Qué hacer con ellos? Una idea puede esbozarse si pensamos en aquellos momentos en que nuestra mirada se posa de imprevisto en cualquier rincón de la ciudad. Allí, pedazos sobran: carteles publicitarios – algunos ocupados, otros disponibles – viejas medianeras que condensan historias de construcciones y destrucciones de otros edificios, otras nuevas y relucientes que apuntan a un futuro poco prometedor, muchas ventanas, graffitis, murales de tantos artistas, colores, marcas, letras y signos.
Recorrer la ciudad es ir coleccionando estos fragmentos. Lo hacemos todos, todo el tiempo, según nuestras posibilidades, jugando con nuestros recuerdos. Rápidamente los olvidamos para en algún momento, de improviso, unirlos a otros fragmentos según los caprichos de nuestro inconsciente urbano. Así, la ciudad pierde su entereza, se vuelve inestable, toma la forma de las fichas de un rompecabezas que no logran encajar del todo.
Empujada por esta experiencia, la obra sigue más allá de la medianera de Velasco al 1500. No está destinada a la contemplación, ni a hipnotizarnos con su belleza o su técnica. Más bien podemos entenderla como una búsqueda en la que los pedazos de cielo pintados se mezclan con otros pedazos, los que se acumulan en la mirada de quien recorre la ciudad. Jorge Pomar ya pintó muchos otros cielos en Buenos Aires. Algunos igual de grandes, otros más pequeños, sobre la fachada de una casa vieja, o en pequeños lienzos distribuidos en un parque. Cada uno prepara un nuevo encuentro lleno de azar. Nos abre otra posibilidad de ordenar las imágenes de la ciudad que se precipitan a nuestra mirada, muchas veces cargadas de violencia.
En esta imagen, lo nuevo y lo viejo ya no representan órdenes contradictorios. Las temporalidades se entrecruzan. Allí, una medianera no es más esa pared que espera ser el soporte de una publicidad, acobijar una nueva construcción o degradarse ante el despojo y el olvido. Tampoco es el lienzo de una obra monumental que nos encandile como si no hubiese allí nada más. Los pedazos de cielo hacen que el muro se revele como el espacio en el que se plasman nuestras miradas de la ciudad, miradas que son infinitas y siempre se pueden volver a conectar de otra manera, jugando.